segunda-feira, 14 de abril de 2014

O meu único pecado não é deixar este mundo mas deixar-te a ti. Maria Helena Vieira da Silva

Carta de Maria Helena Vieira da Silva a Arpad Szenes, enviada de Nova Iorque para Paris, datada de 10 de Outubro de 1961.

Nova Iorque, 10 X 61
Meu drága Arpad
Esta carta é para deitar no lixo sem ser lida. Mas, se por azar eu não chegar ao meu destino, tu vais lê-la e este é o meu testamento. Sou a única responsável por ir de avião. Peço-te, não culpes ninguém! Era-me impossível ir de barco, já não podia suportar estar mais tempo longe de ti. Acho que não me vai acontecer nada. Vejo toda esta gente que vai e volta, porque é que eu iria morrer? Eu. Mas se, como já te disse, pela minha imprudência, e pela minha impaciência, eu não chegar ao destino, ficas a saber que o meu único pecado não é deixar este mundo mas deixar-te a ti. Mas eu acredito que não te vou deixar e é para te encontrar mais depressa, meu único amor, que vou de avião.
Mas se esta minha certeza me enganar, sê religioso e bom e reencontrar-nos-emos sempre.
Bicho

Nos automóveis, a cada instante, arrisco tanto como de avião.
Este é o meu raciocínio, gostava que estas palavras pudessem atravessar o Atlântico antes da minha chegada, depois de amanhã, para te sossegarem.
Não culpes ninguém. Não te zangues com ninguém, sou eu que tenho a certeza de chegar.
Amo o avião, o ar, mas tenho remorsos de gostar deles por gostar de ti. Daqui a algumas horas estarei no ar.
Beijo-te.

Escrita Íntima. Maria Helena Vieira da Silva e Arpad Szenes, Correspondência:1932-1961. Lisboa. INCM, 2013, p. 220.
Maria et Arpad, c. 1930

1 comentário:

  1. COMO UMA CARTA DE AMOR

    Fermina Daza no podía imaginarse que aquella carta suya, instigada por una rabia ciega, pudiera ser interpretada por Florentino Ariza como una carta de amor. Había puesto en ella toda la furia de que era capaz, sus palabras más crueles, los oprobios más hirientes, e injustos además, que sin embargo le parecían ínfimos frente al tamaño de la ofensa. Fue el último acto de un amargo exorcismo con el cual trataba de lograr un pacto de conciliación con su nuevo estado. Queria ser otra vez ella misma, recuperar todo cuanto había tenido que ceder en medio siglo de una servidumbre que la había hecho feliz, sin duda, pero que una vez muerto el esposo no le dejaba a ella ni los vestigios de su identidad.
    [...]
    No tuvo que romper el sobre, pues la goma se había disuelto con el agua, pero la carta estaba seca: tres folios densos, sin encabezado, y firmados con las iniciales del nombre de casada.
    La leyó una vez a toda prisa sentado en la cama, más intrigado por el tono que por el contenido, y antes de pasar al segundo folio ya sabía que era justo la carta de improperios que esperaba recibir. La puzo abierta bajo el resplandor de la veladora, se quitó los zapatos y las medias mojadas, apagó junto à la puerta la luz general, y al final se puso la bigotera de gamuza y se acostó sin quitarse el pantalón y la camisa, con la cabeza en dos almohadones grandes que le servían de espaldar para leer. Así repasó la carta, esta vez letra por letra, escudriñando cada letra para que ninguna de sus intenciones ocultas se le quedara sin desentrañar, y la leyó después cuatro veces más, hasta que estuvo tan saturado que las palabras escritas empezaron a perder su sentido. Por último la guardó sin el sobre en la gaveta de la mesa de noche, se acostó bocarriba con las manos entrelazadas en la nuca, y permaneció durante cuatro horas con la vista inmóvil en el espacio del espejo donde había estado ella, sin parpadear, respirando apenas, más muerto que un muerto.

    Gabriel García Márquez, EL AMOR EN LOS TIEMPOS DEL CÓLERA, Madrid, Mondadori, 1987, pp. 357 e 371.

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